El Fuego Interno
Carlos Castaneda
Había pasado la noche en la ciudad de Oaxaca, en el sur de México, iba camino a las montañas de Ixtlán a buscar a don Juan. Al salir en mi coche de la ciudad, temprano por la mañana, tuve el buen tino de dar una vuelta por la plaza principal, y ahí lo encontré, sentado en su banca favorita, como si esperase a que yo pasara.
Paré el coche y me reuní con él. Me dijo que estaba en la ciudad atendiendo negocios, que se hallaba hospe-dado en una pensión local y que con toda confianza podía quedarme con él, ya que tenía que permanecer en la ciudad por dos días más. Por un largo rato hablamos de mis actividades y problemas en el mundo académico.
Como era su costumbre, de repente me dio una palmada en la espalda, cuando menos me lo esperaba, y el golpe me hizo entrar en un estado de conciencia acrecentada.
Estuvimos sentados durante mucho tiempo, en silencio. Yo esperaba con ansia que comenzara a hablar y, sin embargo, cuando lo hizo me sorprendió.
Mucho tiempo antes de que los españoles llegaran a México -dijo- existían extraordinarios videntes toltecas, hombres capaces de actos inconcebibles. Eran el último eslabón en una cadena de conocimiento que se extendió a lo largo de miles de años.
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